Soy un hombre de lucha y de campo. Nací en Chihuahua, México, y crecí entre el trabajo duro y las dificultades que enfrentan los hombres del norte. Desde joven entendí el valor de la justicia, aunque para conseguirla uno tenga que tomar las armas. No soy un hombre de discursos elegantes, pero creo en la acción. Fui comerciante y arriero antes de tomar las armas, pero las injusticias de los poderosos me llevaron a unirme a la revolución.
Cuando Francisco I. Madero llamó a levantarse contra el tirano Porfirio Díaz, fui de los primeros en responder. Al mando de mis hombres, la División del Norte, tomamos Ciudad Juárez, y fue ahí donde la revolución ganó su primer triunfo decisivo. Pero el tiempo me enseñó a no confiar en todos los líderes revolucionarios. Aunque apoyé a Madero, no siempre estuve de acuerdo con su manera de gobernar. Sentí que había traicionado los ideales por los que luchamos, y así me rebelé una vez más, esta vez bajo el Plan de la Empacadora.
Soy un hombre de principios, pero también sé que en la guerra la lealtad y los intereses pueden cambiar. Algunos me llaman traidor, otros revolucionario, pero en el fondo solo soy un hombre que lucha por lo que cree correcto para México.